lunes, 15 de junio de 2009

"La Geoduca". Acantilados de Laredo. Cantabria.

Comenzamos una nueva semana en el Mineral Digital relatando una salida de hace dos semanas. Ya hemos mostrado piezas de este yacimiento anteriormente, pero nos habíamos reservado el hallazgo más importante para mejor ocasión, ésta por ejemplo.
Eran ya las siete de la tarde y nos disponíamos a abandonar la tarea, tras habernos tomado un descansito de diez minutos decidimos continuar media hora más aprovechando que los días son más largos y la bonanza de la meteorología. Tras haber recorrido toda la pared en ambos sentidos, empezamos a golpear con el puntero al azar, buscando posibles geodas escondidas, fue en uno de estos punterazos cuando la herramienta se hundió un par de centímetros en la lisa pared rocosa, comenzando a manar agua del agujero inmediatamente, tras retirar el puntero, el agua manaba copiosamente pared abajo, he de explicar que en las geodas de este yacimiento es habitual encontrar agua sulfurosa (de olor muy intenso) estancada en su interior. Tras esperar un breve lapso a que el liquido dejara de brotar, decidimos meter el puntero tres centímetros más allá del primer agujero, para comprobar el tamaño de la posible geoda, cual fue nuestra sorpresa cuando de este nuevo orificio comenzó a brotar mayor torrente que del anterior. Retiramos el espacio rocoso entre ambos con sumo cuidado, no fuéramos a dañar algún cristal situado detrás, al hacerlo, aún brotó más agua, lo cual nos auguraba un espacio interior bastante grande, introdujimos los dedos de una mano y tanteando con las yemas adivinamos pequeños cristales de calcita, de pronto acariciamos largas superficies lisas que cubrían el hueco en vertical, retirando la mano nos agachamos a mirar por el agujero, toda la visión nos la tapaba un cristal de celestina que se situaba poco más allá de la entrada, su tamaño y grosor parecían superiores a lo encontrado hasta entonces. Tras introducir el tallo de una planta por el hueco, comprobamos que el fondo de la geoda debía estar a unos 20 cm., lo cual presagiaba horas de intenso trabajo con la pared a fin de descubrir el bolo que conformaba la geoda. A eso de las nueve y media de la noche abandonamos por falta de luz, que no por falta de ganas, tras haber descubierto apenas 5 cm. de bolo circularmente, su diámetro empezaba a ser una de nuestras grande preocupaciones, ya que preveíamos una ardua labor para su extracción y para evitar rodara pared abajo una vez lo hubiéramos descubierto y vencido. Tras taparlo precariamente marchamos para casa a soñar con increíbles cristales y geodas inmensas, con una cierta desazón por no haber sido capaces de extraerlo aún.
Una semana más tarde y tras haber recuperado fuerzas nos dispusimos a atacarlo de nuevo, pronto nos dimos cuenta de que el diámetro y peso de la pieza superaba con mucho cualquier bolo de los extraídos hasta entonces, estábamos luchando con unos 20 o 30 kilos de roca totalmente empotrada en la pared, cuyos límites se hallaban fundidos con la roca que la rodeaba, la cual se nos antojaba cada vez más dura a medida que profundizábamos en la pared. No cejamos en nuestro empeño a pesar de que nos ocupó gran parte de esa jornada, excavamos por arriba y por debajo, retirando pared para poder afianzar los nuevos golpes y nuestros propios pies, creando pequeñas escaleras donde afianzarnos ya que la caída, de producirse podría tener fatales consecuencias, tanto para nosotros como para el propio bolo.
Cuando volvimos a medir el fondo de la geoda, comprobamos que habíamos sobrepasado dicho fondo en un par de centímetros, habían pasado siete horas y miles de golpes de maza y puntero, siempre procurando no dañar el bolo ni golpearlo equivocadamente. Decidimos poner punto y final a la excavación, y con mucho miedo colocamos el puntero en el borde superior, lo más profundo y alejado posible de los cristales que entreveíamos en la entrada, un golpe seco y toda la tapa superior del bolo se rajó por sus limites, como describir la sensación que nos invadió tras tantas horas de trabajo manual, expectación y un miedo atroz a haber estropeado su interior. Levantamos la tapa, la cual pesaba unos nueve o diez kilos, con mucho cuidado la trasladamos a lugar seguro sin darla la vuelta, habiendo observado los cristales azules que dejábamos dentro del bolo, rodeados de calcita. Le dimos la vuelta a la tapa, y todo el trabajo y el tiempo empleado se vieron recompensados, contemplamos unos estupendos cristales de celestina de 7 cm. de alto, con recristalizaciones laterales y sin daños. Tras asegurar esta pieza inicial, procedimos a desmontar el interior del bolo, allí los cristales alcanzaban los 4 cm. recogidos en una zona lateral de la geoda, por debajo varias placas de calcita de tonos blanco azulados con cristales de celestina mucho más pequeños, milimétricos hasta prácticamente desaparecer engullidos por la calcita, la cual se había apoderado de prácticamente la mitad del bolo. Extrajimos diferentes piezas, algunas de hasta 15 cm. de largo con multitud de cristales, otras en tamaños más reducidos con cristales solitarios o combinados. Tras más de diez horas de trabajo en aquel bolo habíamos conseguido varias piezas dignas de nuestras vitrinas. En las imágenes que acompañan este relato podéis comprobar el tamaño y esfuerzo que supuso esta pieza, a la cual bautizamos como “La Geoduca”, y los estupendos cristales que nos ha ofrecido. Ha sido costoso, pero muy satisfactorio. La tapa superior de “La Geoduca” ocupa hoy un lugar preferente en mi colección, mientras que mi compañero Juanjo LG disfruta de varias de las piezas que se extrajeron de su interior. Un estupendo fruto a un paciente y arduo trabajo. Espero que disfrutéis de este artículo tanto como nosotros hemos disfrutado extrayendo estas piezas. Por cierto, las fotografías no la hacen justicia.
Texto y Fotografías: Picapiedra

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